martes, 5 de mayo de 2009

Una carta...


"Queridísimo hijo de mi corazón, cuando empecé a leer otra vez, desde el principio, las manos me temblaban, perdóname todo el daño que haya podido hacerte sin querer por todo lo que te he querido, me temblaban las piernas, los labios, la conciencia, por lo que seguiré queriéndote hasta que me muera, yo te habría querido, abuela, e intenta comprenderme, y algún día, cuando seas un hombre y te enamores de una mujer, yo habría sido un hombre mejor si hubiera podido quererte a tiempo, y sufras por amor, y sepas lo que es eso, si hubiera podido leer esta carta sin haber tenido que robarla antes, perdóname si puedes, perdona a esta pobre mujer que se equivocó al escoger marido, pero abandonaste al marido equivocado porque debiste encontrar uno mejor y tu hijo te condenó a muerte, te enterró en vida, te fabricó una vida como la que tú no quisiste vivir, pero no al tener dos hijos a los que siempre querré más que a nada en el mundo, y anuló a su hermano, lo negó, lo destruyó, lo arrancó para siempre de su memoria porque se fue contigo o porque tú te lo llevaste, ahora no lo entenderás, no puedes entenderlo, ya te dije yo que la mujer de tu hermano era un putón, ¿te lo dije o no?, pero crecerás, te harás mayor y tendrás tus ideas, las mías o las de tu padre, había roto la carta en cuatro trozos y la había vuelto a pegar después, hacía ya tantos años, que la cinta adhesiva se despegaba sola del papel, y te darás cuenta de que son mucho más de lo que parecen, eso, romperla, volverla a pegar y esconderla bien, era lo único que había hecho mi padre con aquella carta, de que son una manera de vivir, una manera de enamorarse, de entender a la gente, el mundo, todas las cosas, como si a los catorce años ya hubiera elegido una manera de vivir, su propia manera de enamorarse, de entender a la gente, el mundo, todas las cosas, no tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo, a lo mejor por eso no se fue contigo, los hombres sin ideas son muñecos, marionetas o algo peor, pero llegó a ser mucho más que un hombre, personas inmorales, sin dignidad, sin corazón, era un mago, un hechicero, un encantador de serpientes, el personaje más simpático del mundo, el más encantador, el más irresistible, tú no puedes ser como ellos, tienes que ser un hombre digno, bueno, valiente, y cuando sonreía, era igual que un sol de esos que pintan los niños pequeños, un globo amarillo, coloreado hasta romper el papel y lleno de rayos, sé valiente Julio, y perdóname, nunca te perdonó, pero tampoco tuvo nunca el valor de contárnoslo, no hemos tenido suerte, hijo mío, no la hemos tenido, él sí la tuvo, abuela, él se hizo rico, grande, poderoso, pero la guerra terminará algún día, y vencerá la razón, vencerán la justicia y la libertad, la luz por la que luchamos, pero nosotros no tuvimos suerte, este país no tuvo suerte, no la tuviste tú, no la tuvo la razón, ni la justicia, ni la libertad, ni la luz, sólo Dios, el orden, la oscuridad, los uniformes, y cuando todo esto haya pasado, volveré a buscarte, y hablaremos, ¿pudiste volver, abuela, lograste escapar de su victoria, de su cárcel, de la paz de las fosas comunes y las cunetas de las carreteras?, y quizá entonces pensarás de otra manera, yo no sé cómo pensaba él entonces, ni siquiera estoy muy seguro de cómo pensaba después, y me entenderás, ojalá me entiendas, pero sé que tú no has tenido suerte hasta hoy, abuela, hoy has tenido suerte y no lo sabes, y ojalá pudieras estar aquí para darte cuenta, a lo mejor estoy equivocada pero siento que estoy haciendo lo que tengo que hacer, y lo hago por amor, tú no puedes saber lo que representa tu amor para mí, no puedes calcular el orgullo que siento de ser tu nieto, el hijo de tu hijo, te he querido tanto antes de conocerte, Teresa, he admirado tanto a la gente como tú, por amor a Manuel, por amor a mí misma, por amor a mi país, por amor a mis ideas y por amor a vosotros también, para que tengáis una vida mejor, este país, como todos ustedes saben sin duda, tuvo una vez una oportunidad, así empezó la primera clase que José Ignacio Carmona me dio en mi vida, la tuvo y se la robaron, te la robaron a tí, Teresa González, se la robaron a él, me la robaron a mí, para que viváis una vida más libre, más justa, más feliz, y ya sé que esta victoria póstuma, simbólica y tardía nunca te consolará de aquella derrota pero tú, hoy, has ganado la guerra, abuela, yo sé que ahora no lo entiendes, para tí es un triunfo inútil, para mí no lo es, que no puedes entenderlo, tú tampoco lo entenderías, no podrías entenderlo, porque los niños creen siempre que los buenos son los que ganan al final de las películas, y hace falta mucho tiempo para que florezcan los desiertos, para que se distinga el final de un capítulo del final de la historia, pero yo te quiero, y confío en tí, y sé que serás un hombre digno, bueno, valiente, es un país extraño éste, abuela, un país capaz de lo mejor y de lo peor, y por eso no sé qué clase de hombre fue tu hijo, tan valiente como para perdonar a tu madre, sólo sé que fue peor que tú, que te querrá siempre, y por eso nunca podrá perdonarse del todo, pero eso da igual, porque a la gente como él la comprende todo el mundo, tuya y del socialismo, mía y del socialismo, tú, Teresa González, que eras maestra y tocabas tan mal el piano, mamá, abuela, queridísimo hijo de mi corazón, y volví a leer aquella carta..."

La fotografía es de Chema Madoz.
El texto es un fragmento de El corazón helado de Almudena Grandes.

1 comentario:

Lupo dijo...

De Chema Madoz tenía que ser, que genio esta hecho